sábado, 16 de febrero de 2013

La Aduana

A mi turno me acerqué un tanto nervioso al puesto de madera observado por una funcionaria que no dejaba de mirarme de arriba abajo sin ningún reparo. Comprendía que ese era su trabajo y no esperaba una mirada cómplice pero tampoco tenía porque ofrecerse con ese desdén tan gélido. Ni me lo explico pero durante un tiempo no sabría definir, largo, exagerado, me mantuvo prácticamente en posición de firmes, allí, sin que nada ocurriera excepto darle la vuelta a mis papeles una y otra vez. Todos los pasajeros habían pasado ya por sus distintas garitas y yo quedaba rezagado el último y las maletas ya empezaban a salir. Me impacientaba y recurría a la señorita en Ingles una y otra vez preguntando si acaso había cualquier problema, pero ella hacía como que me ignoraba. Me quedé solo, nadie faltaba por pasar la Aduana y además todos los pasajeros habían recogido sus equipajes. Yo estaba sudoroso, bastante asustado. Pensé en las muchas cosas que podían suceder en un aeropuerto y más si cabe en uno ruso y la verdad ninguna me reconfortaba lo suficiente. Finalmente cuando me temí lo peor y a saber que aquello significaría, del fondo del pasillo llegó alguien que parecía decidir algo allí y empezaron a conversar acaloradamente y a mover de nuevo mis papeles arriba y abajo. Tras largas deliberaciones entre ellos de pronto aquella mujer con semblante de hielo aun más impertérrita si cabe se puso a pegar sellos como desatada y en pocos segundos me libró con cierta indignación la documentación en el mostrador. Como un idiota y casi sin creerlo hice un gesto como preguntando si finalmente podía pasar, si tenía su permiso para cruzar, a lo que aquella mujer asintió con su cabeza e hizo el ademán de que me marchase rápido, la dejase en paz, y lo hiciera antes de que se arrepintiera.

Moscow 2006

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