viernes, 8 de febrero de 2013

Yulia

Yulia y yo nos citamos a la entrada del metro y tomamos dirección al Kremlin. El metro de Moscú es esencial, extraordinario y del cual los moscovitas suelen enorgullecerse. Y ciertamente un dominio exhaustivo del metro te permite recorrer toda la ciudad. Yulia era bonita, amable y elegante. Hablaba un Inglés excelente. Pregunté el motivo por el cual se ofrecía de un modo tan solícito a hacerme de guía en la ciudad y Yulia adujo con mucha sinceridad que por varias razones: una porque tenía tiempo libre, dos porque mejoraría su conocimiento en idiomas, tres porque le permitía regresar de nuevo a lugares de interés que quizá sola no se atreviera a visitar y una cuarta porque ese occidental le parecía buena persona desde el primer momento que lo vio. Bien. Yulia era una joven divorciada como otras rusas y con un buen empleo en un distinguido Hotel de la ciudad. Yulia confesó ser muy cristiana, lo cual me extrañó pero pronto pude percibir que por toda la ciudad la presencia religiosa era abundante y se respiraba por doquier, en cada plaza o calle, a pocos metros se alzaba una hermosa iglesia. Obvio que el comunismo, aunque lo intentara de una y mil maneras lo que es acabar con la devota Rusia no pudo ni supo. Sí, extraño que el lugar más ateo en realidad no fuera sino uno de los puntos más religiosos de la Tierra. Ante tales evidencias y a instancias de las preguntas de Yulia admití también ser creyente pero no religioso, según en mi opinión las creencias nos unían, y las religiones nos separaban. Al fin y al cabo las enseñanzas de Jesús para quien bien quisiera escucharla nos pide Fe, no dice nada de profesar una u otra Religión, concluí ante el asombro de Yulia.

Moscow 2005

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