martes, 5 de febrero de 2013

Sentirse Vivo, Ser para siempre

De regreso al hotel en Opexobo (Oriejova) me sentía tranquilo y satisfecho, pensé que a pesar de todo aquel extraño viaje había valido mucho la pena, desde luego si no hubiera aceptado el reto de afrontarlo jamás hubiera experimentado y por tanto desconocería que existía un lugar en la tierra donde la felicidad no era una entelequia sino que me esperaba para acogerme en sus tiernos brazos. Aquella misma tarde anocheciendo salí a embriagarme aunque sólo fuera de los aires que contumaz arreciaban las calles del sur de Moscú. Llegué hasta lo que parecía un Supermarket y allí me detuve a echar un vistazo al tiempo que salían un grupo de jóvenes con bebidas. Por supuesto aquello era Rusia y si alguien se pregunta que jóvenes tienen la patente mundial del popular “botellón” no les quepa duda que probablemente se encuentren en un lugar apropiado. Ciertamente a ellos – en mi opinión – no les parece una afirmación nada correcta y les resulta bastante enojosa pero volvamos a lo que nos ocupa con ellos. A esos jóvenes les acompañaba una chiquita rubia y delgada con una mirada azulada que desbordaba. Nuestras miradas coincidieron veteadas y yo no pude si no desviar la vista pues si hubiera sido por mí me la hubiera comido con la vista con tan descaro que sólo hubiera causado el escándalo. De todos modos pensé que jamás la conocería y vi como ella giraba a la derecha así que tomé la izquierda. Llegué hasta una plaza a la que las gentes del lugar la renombran con el nombre de la “fontain” por una fuente que no arroja agua alguna y que está llena de jóvenes haciendo qué ... Pues ¿cómo no? el universal “botellón”. Me acerqué y vi como todos se me quedaban mirando, era obvio que me habían descubierto. Adivinaban que no era ruso pero ... ¿acaso sería de los suyos? Poco a poco, se me acercaban más y más y me hacían preguntas. Para cuando dije algo parecido a “yo no comprendo” en mi precario especie de ruso una masa de gentío me rodeaba ya. Me asusté un poco porque todos preguntaban a la vez, sin descanso, querían saber todo y se empujaban entre ellos para estar más cerca de mí y escucharme mejor. Su actitud lejos de cualquier recelo era amistosa pero eran tantos que intimidaban. Dije alguna vez que esa escena vivida me recordaba en mucho a la célebre película “bailando con lobos” cuando el oficial protagonizado por Kevin Costner tiene un primer encuentro con una tribu india.

Moscow 2006

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